sábado, 16 de abril de 2011

EL EVANGELIO DE LA PEREGRINA

(PARA TONY GLEZ, A UN AÑO DE SU DOLOROSA PARTIDA)

Istericka 1:1

A veces, aún me sigue sorprendiendo el hecho de no haberlo comprendido antes. Mientras más lo pienso, más me convenzo de que esta idea no es, al menos en su totalidad, producto de alguna pulsión histérica, ni de la superposición de un desenlace estereotípico romántico, sobre una vida, como la tuya, plagada con esos, tus tintes épicos contemporáneos que siempre me llenaron de admiración, de sorpresa y desconcierto. Tenía que haber sabido antes, más por un hecho de lógica pura, que de intuición o nigromancia, que las cosas, que tu vida misma, terminaría de la forma en que finalmente sucedió.

Aquella tarde, luego de la última despedida, regresé como un fantasma, como una criminal furtiva, a la escena de los hechos, para encontrarme con los tiempos idos, con aquel momento que se nos escurrió entre las manos y se desperdigó por el suelo sin remedio, con la contundente imposibilidad para poder cambiar ni una jota, ni una tilde en una Palabra escrita, antes de ti, antes de mí, incluso de los tiempos, híbrida entre sentencia y profecía. Desde mi perspectiva, en lo alto de la colina del parque, a mi izquierda alcancé a divisar, como hace tantos años, primero sólo tu silueta y después, con toda claridad, a ese Jesús de nuestros años de adolescencia. Siempre me he preguntado, aún en mis lejanos días de catecismo ¿cómo sería el primer encuentro entre tu homónimo, el Carpintero de Nazaret, con Sus primeros discípulos, los pescadores de Galilea? Cuando medito sobre ello, me da por pensar que, de algún modo, ellos esperaban Su llegada, tal y como nosotros la tuya, con el espíritu intranquilo, buscando respuestas, buscando un rumbo para nuestras ansias sin nombre, pero también sin coto que pudiera delimitarlas, ni mucho menos contenerlas. Siempre me pareciste precoz, no tanto por tu desparpajo, ni por tus atuendos extravagantes, como por la notable habilidad que tenías, ya desde aquellos tiempos, para pulsar la guitarra que a menudo cargabas sobre tu espalda e improvisar con ella canciones llenas de un ingenio que, he de decir, hoy a la distancia, se me antoja, un tanto pueril, pero que en ese entonces, como ya dije, me parecía de algún modo, adelantado a tu propio tiempo. ¿Cómo puede alguien, como lo hiciste tú en cada momento de tu vida, de forma tan natural y notable, entremezclar, fusionar e integrar la puerilidad de un niño con la precocidad de un visionario? Esa es hoy, la primera de las grandes preguntas sin respuesta que sembraste en mi corazón: el primer misterio. ¿Será que tu presencia en mi vida tuvo algún sentido dictado por una suerte de destino manifiesto? ¿Será que aún espero que un buen día llegue a mí el pentecostés de los presagios, el momento de iluminación sublime que me lleve a predicar alguna forma de evangelio? No lo sé, y he ahí la segunda de mis dudas.

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