miércoles, 13 de mayo de 2009

¡¡No más acoso contra las mujeres!!

¿Alguna vez te has sentido incómoda mientras caminas por la ciudad? ¿Alguien te ha visto de alguna manera, te ha dicho cosas, te ha tocado, y te ha hecho sentir avergonzada? ¿Alguien te ha dicho "si no quieres que te vean/digan/hagan, no te vistas así"?Si ya estás harta del acoso callejero, de no poder salir con tranquilidad a la calle cuando "te atreves" a hacerlo con minifalda, shorts o escotes, acompáñanos en esta protesta pacífica.Vamos a apropiarnos de la Glorieta de Insurgentes este sábado 16 de mayo de 16:00 a 18:00 horas, vamos a hacernos ver y vamos a hacerle saber a la gente que ya no nos vamos a quedar calladas.

Más detalles en http:// feministagordaypeluda.blogspot.com¡Pasen la voz!

Pasó en el Metrobús - el silencio de muchas, la voz de unas cuantas. Por Gaby de la O

Favor de difundir

Les quiero compartir una anécdota escrita por mi querida amiga, Gaby de la O.

Pasó en el Metrobús - el silencio de muchas, la voz de unas cuantas

Es increíble las reacciones que una mujer puede recibir en cuanto levanta la voz o hace algo por las demás mujeres. En este caso, quiero compartir lo que acaba de sucederme.En apoyo a la causa del performance del sábado, imprimí el volante y le saqué copias. Mi objetivo era repartirlo en el metrobús de regreso a casa. Entré a la estación de Durango, y sin problema alguno, empecé a repartir los volantes a las mujeres que me encontraba. Muchas de ellas, concentradas en la puerta que dice claramente “Exclusivamente Mujeres, Niños y Adultos de Tercera Edad”, ya que subirse en otra puerta implicaba por la hora tener que compartir espacio con los hombres, incómodas. Repartía y decía gracias con una sonrisa. Una vez en mi autobús, empecé a distribuir el volante a las mujeres. Algunas me decían “No gracias”, a ellas les explicaba brevemente de lo que se trataba, que era la invitación a quejarnos sobre no poder usar falda o escote o cualquier otra prenda en esta ciudad ya que siempre hay hombres que te acosan con la palabra y con la mirada, con el chiflidito, con el sonido de un beso asqueroso. Muchas de ellas, después de escucharme lo aceptaban, les brillaban los ojitos entendiendo perfectamente, como hermanando la situación por las que todas hemos pasado. Lo aceptaban, lo leían.Bajé en una estación porque ese autobús venía muy vacío y me subí a otro. Éste estaba más lleno, y me fui de punta a fin a repartir el volante, predicando la explicación anterior en voz alta con una satisfacción increíble. Era delicioso poder hablar del acoso callejero así enfrente de los hombres. El problema se hacía verbo.Subió más gente, y entre ellos un hombre de mediana edad que en la sección de mujeres ya estaba sentándose cómodamente. Después de repartir más volantes, sentí que lo que estaba haciendo y lo que estaba viendo no correspondían, y le dije “¿Sabe que esta es sección de mujeres? Bueno, entonces ceda el asiento a una mujer”. Él me dijo “¿Te vas a sentar?”, y yo le dije que no, y entonces con un “Bueno” se quedó ahí sentadote. Y después abrió la boca para decir “Ahorita que se suba una mujer, le doy el asiento”, a lo que respondí “Pues quiero ver, voy a repartir esto y vuelvo para checar que ya no estás aquí sentado”. (Ya le hablaba de tú).Fui de nuevo hasta el final del camión, y regresé para verlo plácidamente sentado en el mismo lugar. Y entonces no quise callarme, y le empecé a preguntar que si no entendía que ésa era la sección de mujeres… “Pues yo no veo donde diga que es para mujeres” – “¿Ah no? A ver chofer –estábamos hasta delante del metrobús- Dígale al señor que esta es sección de mujeres”, a lo que me contestó “Pues sí le voy a decir, pero también voy a reportarte porque estás repartiendo publicidad y no puedes hacer eso”. El hombre sentado sonreía ya complacido. Yo, levantaba la voz con más coraje “Entonces si le vas a avisar al policía, también le vas a decir que baje a este señor que está sentado en la sección de mujeres”. El chofer tomaba ya el radio para reportar un 015 o algo así. Llegando en la siguiente estación, empezó a pitarle al policía con desesperación como si en verdad existiera ya una situación caótica. El policía se acercó, y escuché que el chofer sólo me estaba reportando a mí: me acusaba tal cual de estar repartiendo publicidad. Como si se tratara de un impulso contra la aburrición, el oficial saltó al autobús y me ordenó que me bajara. Yo me negué. “¿A ver tu publicidad?” Tampoco se la di. La tomó de otra señora, y me dijo que bajara. –“Pues entonces también baje al señor que no está respetando el lugar asignado para mujeres”. El señor se levantó y explicó que yo había sido muy prepotente y que no sabía nada de esas reglas. El policía, con muuuuucho respeto y amablemente, le pidió que se pasara atrás. Y con una frase que no he escuchado en meses de utilizar el Metrobús, dijo “Caballeros, por favor atrás”. El señor obedeció. El oficial ya se volteaba a verme, y me decía “Señorita bájese”. En todo este tiempo, ninguna mujer abrió la boca. Ninguna dijo, exclamó, me dio la razón, todas, calladas, supongo yo, con la inminente actitud aprendida de no tener problemas con la autoridad. Entré en shock y en profunda tristeza.Bajé del Metrobús con el oficial, que ya me estaba pidiendo mi identificación. Yo me negué, y estaba buscando la salida. Total, pensaba yo, caminaba y me subía en la próxima para repartir volantes. El oficial insistía en que le diera mi credencial, y fue entonces que opté por suavizar mi voz y tomar una actitud buena-ondita. Le expliqué que yo no había hecho nada. Que mi “publicidad” era justo para impedir el maltrato a las mujeres, que se respetaran las reglas, lo que no hizo el señor sentado al que le habló con mucho respeto.Por el contrario, el oficial no bajó la guardia, y corporalmente empezaba a amenazarme, y a acercarse. Su mirada era dura. Empezó a levantar la voz, a tomar su radio, todas, actitudes ceñudas e inquietantes. Me solté a llorar. Mucho. La gente alrededor empezaba a voltear. Y fue cuando una supervisora de la empresa se acercó y me preguntó qué me pasaba y qué me estaba diciendo el oficial. Y entre muchos sollozos y palabras cortadas le empecé a explicar lo que había sucedido. Enseguida, ella volteó a ver al oficial con enfado, su mirada decía “Pinche cabrón”, y le dijo “acompáñame”. Luego se dirigió a mí y me dijo muy suave “¿Quieres acompañarme a la próxima estación porque aquí no hay luz y me cuentas qué pasó?”. Y nos subimos y el oficial se quedó pegado a nosotras, dizque hablando por radio. Una vez ahí, yo no podía dejar de llorar. Me entró “el sentimiento” –como le llaman. Obvio que muchas personas empezaron a voltear a vernos y a escuchar. Al principio, yo no podía hablar. Me ganaba la impotencia, el coraje, la amenaza. Hasta que por fin, le expliqué a la supervisora –y tal vez lo dije muy alto- que el oficial me había bajado por repartir unas invitaciones, que sus movimientos corporales eran rudos, que me había gritado, amenazado y pedido mi credencial cuando yo no había hecho nada. En síntesis, que me había tratado como un criminal, cuando en realidad el acoso, el manoseo, el robo en el Metrobús sigue sucediendo. Ahí explotó todo.Una mujer que venía sentada me habló y me dijo “Yo soy del movimiento feminista, ¿quieres reportar al oficial? ¿En qué te ayudo? ¿Qué te hicieron?”. Ella ya estaba levantándose con libreta en mano y preguntándole a la supervisora qué iban a hacer. Otro señor que venía detrás con su hija, me habló también y dijo muy indignado “¿Por qué no lo reportas ante tal y tal? ¡Ya estamos cansados que los llamados policías nos traten mal cuando viven de nuestros impuestos!”. Otro señor se acercó, y empezó a decir lo mismo, que lo reportara, que me quejara. Dos mujeres a los lados empezaron a apoyar diciendo algo así que ya estaban hartas de esos malos tratos. El oficial trataba de defenderse, sin éxito. De pronto se generó una nube de enojo, de rebelión.Bajamos la señora feminista, un señor que nos dijo más tarde que era abogado, la supervisora, yo y el oficial quien, ridículamente seguía jugueteando con su radio. Todos empezaron a preguntarle por su identificación, todos empezaron a reclamarle por qué me había tratado así. Todos. Enojados. Disgustados. Hartos. El oficial ya con sonrisita ante la frase del abogado “Puedes perder tu trabajo por este tipo de actitudes”, se disculpaba ya conmigo. Y yo, firme, le decía que me había tratado mal y como criminal.Al final, la supervisora quedó en pasar el reporte. Al final, el oficial dijo que él era joven y que le gustaban este tipo de eventos como los que decía mi publicidad (¿?). Al final y ya mucho más tranquila, me subí con la feminista. Para mi sorpresa y cuando me dijo quién era, recordé que ella había organizado cinco años atrás un evento en el zócalo en el que participó Dagger. Y entonces fuimos platicando bien en alto –las mujeres alrededor escuchaban con atención- sobre el performance, sobre el acoso callejero, sobre los escotes y las faldas. Ella me decía que en los setentas, sus primeras acciones de performance también fueron sobre el abuso sexual en el transporte, y que poco a poco esta inquietud se fue atenuando, hasta desaparecer por muchos años. Ahora ve con gusto que las voces se empiezan a levantar, que las mujeres se están quejando. Y que no hay nada mejor que recibir de pronto un volante como el mío donde queda claro que las mujeres no se están quedando calladas otra vez. Intercambiamos información. Ella traía un volante sobre la Semana Cultural de la Diversidad Sexual en donde se hablará de Pederastia, Discriminación, Pornografía, Femicidio, Teología, Globalización Sexual, entre otros.Cuando nos despedimos, sus últimas palabras fueron “¡Sigue tu lucha!”, con el puño en alto. Me solté a llorar, pero no esta vez por sentirme débil e impotente ante la autoridad corrupta y el machismo del chofer, sino porque de alguna forma recibí un gesto, un abrazo, un cariño, una actitud materna, que para eso es lo que estamos las mujeres en el mundo, para apoyarnos y apapacharnos.De esta experiencia, lanzo las siguientes preguntas y reflexiones:¿Qué es exactamente lo que hace que las mujeres permanezcan calladas, en mi caso, cuando el oficial me ordenaba bajar del autobús, sabiendo que eran más civiles testigos, no dijeron nada?¡Cuán profundas son las raíces de la educación paternalista que nos impiden como mujeres defendernos mutuamente!Últimamente los hombres no hacen caso de las áreas del Metrobús, y ya son varias ocasiones que no nos hacen caso cuando les decimos que nos den nuestro lugar. Cada vez se hacen más pendejos y se quedan sentados. Esto nos está arrojando a la situación que pasa en el Metro, por ejemplo, donde de plano, no se respetan las áreas para las mujeres.Hay tema para platicar. Y mucho material para hacer algo al respecto.

lunes, 5 de enero de 2009

Los Monólogos de la Bragueta o La Visión de las Jamás Vencidas

Criticar no necesariamente implica mordacidad; mejor dicho, la mordacidad en la crítica, aún siendo feroz no requiere desarrollarse en un formato explícitamente bélico. Haciendo un ejercicio de honestidad ¿A cuántas o cuántos de nosotros nos es sencillo aceptar y asimilar un cuestionamiento respecto a nuestra forma de ser, vivir, pensar o sentir sin responder casi en automático con un alarde de violencia o descalificación? Criticar, por cierto, tampoco equivale a invalidar una postura; ni se propone forzosamente borrarla del mapa, más bien, en muchos casos, intenta analizar, reconocer y debatir los puntos que se consideran débiles, nocivos o incongruentes, con el fin de enriquecer la propuesta inicial.

Los modelos de género, es decir, ese conjunto de aprendizajes que nos son inculcados desde el momento de nuestro nacimiento y diferenciados a partir de que nacemos con pene o vulva, mismos a los que hemos de apegarnos durante toda la vida y que han de regir la forma en que nos relacionamos con las y los demás, son quizá, unos de los que más críticas han recibido, prácticamente desde su instauración y que, por supuesto, más ha satanizado a sus detractoras, sobre todo mujeres. Sabemos que: “Los hombres son fuertes, valientes e inteligentes”, lo mismo que “las mujeres son sensibles, amorosas y abnegadas” por lo que nos da en llamar instinto o programación natural, sin poner demasiada atención en el hecho de que toda nuestra educación ha sido manipulada y dirigida (en lo que arbitrariamente se me ocurre denominar como Condicionamiento Barbie-G.I. Joe) desde la más temprana infancia. De tal suerte, la homosexualidad, el transgénero (aquí me refiero concretamente a varones que asumen conductas consideradas femeninas o mujeres que asumen conductas atribuidas a lo masculino) la no monogamia y hasta la equidad de géneros, son consideradas aberraciones e incluso, desviaciones patológicas sin mayor argumentación, todo con el fin de mantener un esquema piramidal donde la masculinidad oficial y por supuesto, los hombres que a ella se apeguen, ocupan el escaño de honor, mientras que las mujeres y las disidencias, ocupan categorías inferiores de sub ciudadanía y hasta sub humanidad.

Cuando un varón toma la decisión de asumir roles femeninos en su vestimenta o comportamiento, el modelo de género hegemónico se escandaliza y condena por considerar que un “ente superior” se degrada empatizando con la inferioridad, mientras que una mujer que asume roles masculinos, si bien no está exenta de burlas y segregación, es considerada en algunos casos como una competidora, aunque indigna, medianamente aceptable. ¿Pero qué sucede si esta mujer incursiona en el mundo masculino, pero no buscando asimilación? ¿Qué ocurre si, lejos de ello, se muestra más interesada en señalar desde esa trinchera las inconsistencias, los anacronismos, las incongruencias, la inequidad y a menudo iniquidad de dicho modelo? ¿Qué ocurre cuando la asimilación se vuelve contra los asimilados como un harakiri, como un mecanismo de expresión y protesta? ¿Qué sucede cuando la incursión en la masculinidad se vuelve para las mujeres un arma de reivindicación femenina? ¿Qué además, cuando esa crítica y esa protesta, lejos de zaherir violentamente, invita a la reflexión desde la sátira y el humor? Justamente esas son las inquietudes con que algunas mujeres coincidimos a mediados de 2008 y que llevó a la creación, primero del grupo: Drag King México y después de Los Monólogos de la Bragueta. Tomando como inspiración a los ya muy famosos Monólogos de la Vagina de Eve Ensler se nos ha ocurrido llevar al teatro una exploración y un cuestionamiento sobre la masculinidad hegemónica, madre del machismo y todos sus vicios, pero esta vez desde la perspectiva de las mujeres lesbianas y bisexuales que ,incluso, tenemos nuestras propias disidencias, mucho qué decir y poco espacio para ello, entre el grueso de mujeres heterosexuales.

En Los Monólogos de la Bragueta, se narran las historias de cuatro personas que, siendo diametralmente distintas, tienen en común haber nacido con genitales de hembra y una profunda inconformidad con la vida que les ha sido impuesta.

Carlos nos cuenta que, aunque nació y fue educado como niña, desde muy temprana edad descubrió que deseaba ser un varón, describe también las complicaciones que esta diferencia y su afán por vivirla a cabalidad le han traído, la forma en que tuvo que desarrollar sus fortalezas y las artimañas de que hubo que valerse para sobrevivir en un mundo hostil.

Brandon, una mujer que vive en los suburbios de la ciudad de México, nos cuenta sobre sus dos grandes pasiones: las chicas y el fútbol. Además nos comparte que la causa de Sor Juana Inés de la Cruz sigue hoy día vigente, pues algunas profesiones (Como el mantenimiento de equipos de cómputo) continúan reservadas para varones y en ellas, la idea general es que las mujeres son incompetentes.

Leo es un cuestionador por naturaleza, enemigo de las dicotomías y de los dogmas. Hedonista, carismático, atrevido y conquistador, está plenamente convencido de que en este vasto mundo cabe el suyo y el tuyo y el que cada persona imagine y se atreva a construir. Amante apasionado de las historias, es una profesionista de éxito durante el día y por la noche gusta de vivir mil y un vidas donde es, ya un bandido furtivo de amor, un gigoló e incluso, un intrépido motociclista entusiasta por la velocidad.

Michael, o Michelle, según consta en su acta de nacimiento es una chica de clase acomodada, de familia conservadora y una profunda convicción religiosa. La suya es quizás la historia más dramática. Debatida entre su fe y el profundo amor que siente por Carolina, se ve obligada a tomar dolorosas decisiones y vive con el dolor de haber “travestido en sensatez su miserable cobardía”.

Inequidad, amor lésbico, derechos humanos, religión, transgeneridad, prejuicios de género y socioeconómicos son sólo algunos de los temas abordados en esta puesta, no para formular juicios de valor, sino simplemente como conversaciones informales, como una charla entre amigos frente a un confesional tarro de cerveza donde, tras las aparentemente rotundas diferencias, los personajes descubren que por sobre lo que salta a la vista, tienen entre sí mucho en común... Y tal vez contigo.

Presentada con gran éxito el pasado mes de noviembre, dentro de las actividades del 4to Festival Lésbico de la Ciudad de México en las instalaciones de Contempocinema, Los Monólogos de la Bragueta actualmente está a la espera de foros, así como de la oportunidad de invitarte a ser participe de esta divertida crítica que, no por lúdica, deja de ser irreverente y transgresora. Espéranos muy próximamente o, mejor aún: Invítanos a llegar a ti.