sábado, 8 de noviembre de 2014

¡¡VIVOS SE LOS LLEVARON, VIVOS LOS QUEREMOS!!

Siempre será mejor mal-decir, que no decirse. Y es que, algunas cosas que pasan, que vivimos, se corresponden con ese vacío sobre el que Moebius teje su banda de significantes y no podemos enunciar más que la mismísima falta de aquello que perfora nuestro lenguaje por el centro.

La tarde de ayer, Jesús Murillo Karam, abofeteó el rostro de nuestra nación afirmando con lujo de detalles que los 43 normalistas de Ayotzinapa, desaparecidos desde el pasado 26 de septiembre, habían sido asesinados e incinerados casi hasta desaparecer.

Habló de los Guerreros Unidos y de un gobierno local. Habló de su supuesto “propio dolor” por los hechos y tuvo el cinismo de decir que fue una suerte que los militares que se encontraban en la zona no hubieran intervenido, porque la masacre hubiera sido mucho peor.

Desde este pequeño espacio, señor Murillo Karam, con la garganta cerrada, pero la herida y la indignación muy abierta, le quiero decir que no le creo, que no soporto esa pretendida solemnidad con la que usted y su sucio gobierno se limpian la frente y dan gracias a sus perversas deidades porque todo ocurrió mucho antes de la elección de 2015.

¡¡Tal vez recuperemos votos!! ¡¡Tal vez Guerrero vuelva a ser bastión priista!! ¡¡Tal vez regrese la inversión y Peña vuelva a ocupar los primeros lugares en Forbes!! ¡¡Tal vez vuelva a aparecer en las principales portadas mundiales como “el salvador” de México!!

En este escenario perfecto, producto de su “muy exitosa investigación, realizada en un tiempo razonable” se le olvidó el insignificante detalle de que en más de 50 hogares mexicanos, alguien, ese hijo bienamado que representa la ilusión, la alegría y el futuro para una familia toda, ya no volverá a su casa. Se le olvidó entre sus triunfalismos vanos, que hay casi medio centenar de futuros profesores que nunca volverán a pisar un aula. Se le olvida, señor Murillo Karam, nuestro dolor. Se le olvidó que los caídos son carne de nuestra carne y sangre de este, nuestro dolorido México.

Se le olvida que fue el Estado. Se le olvida que la prepotencia dirigió el arma, la corrupción jaló del gatillo y ese monstruoso egoísmo tan propio de las personas de su clase política, avivó el fuego de la pira fúnebre. Se le olvida que fue la impunidad quien arrojó los restos calcinados al río. Se le olvida que aquella fogata en que ardieron nuestro compañeros normalistas, no sólo se avivó con llantas, diesel y carne humana, sino con tarjetas de Soriana, de Monex, con tortas, refrescos, banderitas y gorritas tatuadas con el logo tricolor del deleznable PRI.

Se le olvida, señor Murillo Karam, que usted está haciendo el papel de otro; uno que tiene por costumbre esconderse en los baños de la Ibero cuando los estudiantes lo llaman a cuentas. Uno que prefiere viajar, evadir que enfrentar. Se le olvida que ustedes están sentados a una mesa en la que no fueron invitados y tienen el descaro aun de servirse con la cuchara grande.

Se le olvida, aborrecible señor Murillo Karam, que vivos se los llevaron y vivos los queremos. Se le olvida que el Estado no nos puede devolver despojos cuando lo que se llevó eran personas. Se le olvida que lo que ustedes... ustedes, porque todos ustedes, ustedes ustedes ustedes ustedes ustedes ustedes ustedes ustedes ustedes ustedes ustedes ustedes forman parte, alimentan y se benefician de un sistema que hace estas cosas posibles, lo que USTEDES hicieron no tiene remedio y sin embargo se lo exigimos. ¿Por qué ha de ser nuestra falta? ¿Por qué nuestra sangre? ¿Por qué nuestra pena si de ustedes es el goce?

Deseo con todo el corazón, deleznable señor Murillo Karam que usted y toda su palomilla, sean por siempre señalados con el dedo de la historia y porten por siempre el sanbenito de culpables. Deseo que todos sus nombres sean escritos en las páginas de la ignominia y no haya generación por venir que no los lea sin que se revuelva su estómago, como hoy el mío, de asco y de desprecio. Desearía que usted pudiera sentir en carne propia el dolor de un hijo arrebatado y que alguien se le acerque con la humillación suprema de intentar consolarle con cien mil pinches putos pesos.

Deseo que nada de esto se olvide, deseo que la herida siga abierta, porque en tanto que fluya y el dolor nos lacere, nuestro síntoma se hará palabra y nuestro decir acción. No para siempre, señor Murillo Karam, solía decir nuestro poeta texcocano, No para siempre su podrido sistema en nuestra tierra… tan sólo un poco aquí.

Con todo asco, rabia y profundo desprecio.