jueves, 19 de marzo de 2015

¿Te ha pasado en el ISSSTE? El Imperio de los Idiotas


En una mesa redonda sobre Psicoanálisis, impartida en mi adorada Facultad de Psicología de la UNAM, el Dr Carlos Fernández Gaos, señalaba la paradoja de haber trascendido la época de “El malestar de la Cultura”, a lo que hoy podemos identificar como “El Bienestar en la Incultura”. Ni siquiera es necesario asomarnos a la escena de la macropolítica, en la que la estupidez cabalga sobre la silla presidencial, ni detenernos a leer los supuestos lapsus que, funcionarios (la más de las veces, de magro nivel, pero incluso de los más altos) regodeantes en la más supina idiotez publican sandeces en sus redes sociales, con la vana y pendeja esperanza de convertirse en trending topic y, si acaso fuera posible, ganarse el mote de “ladypendejamásgrandedelejido”.

La idiotez inconmensurable que quiero aquí denunciar es mucho más cotidiana, más de a pie, pero ni por mucho, menos sutil. La vivimos todos los días y corremos en consecuencia el riesgo (si no es que lo hemos hecho ya) de acostumbrarnos a ella. Inventamos bromas irónicas y mascullamos inconformidad, pero lo cierto es que esa clase de imbecilidad florece y extiende sus raíces en medio de la complacencia que sólo puede derivar de la pasividad.

El pasado mes de noviembre (de 2014) le diagnosticaron a mi madre, cataratas en ambos ojos y, de acuerdo al procedimiento, era indispensable tramitar una cita en el ISSSTE, a través de la clínica Ignacio Chávez, ubicada en la calle de Oriental #10, colonia Alianza Popular, Tlalpan, para que fuera canalizada al servicio de oftalmología, donde sería valorada de cara a una eventual, más que probable cirugía. El trámite se realizó en tiempo y forma a principios de diciembre y nos dijeron que a mediados o a fines del mismo mes tendríamos respuesta. Acudimos en dicho tiempo y nos dijeron en la ventanilla que aún no estaba listo el trámite, que era normal el retraso, porque el volumen de solicitudes era muy grande y que simplemente había que esperar. Quien escribe comprendió perfectamente la situación y, aunque a nadie le gusta esperar, consideró que era necesario tener paciencia.

Las cosas empezaron a tensarse luego de que en la visita a mediados de enero… y a fines… y a principios, mediados y fines de febrero recibiera idéntica respuesta. Por fin, ya un poco (mucho) desesperada, decidí preguntar a la mujer de la ventanilla (ahora sé que se llama María de los Ángeles Gudiño Morales) con toda franqueza cuál era la situación.

—Disculpe— Dije con toda amabilidad. —Pero no puedo estar viniendo cada semana para hacer fila y preguntar por un trámite que nunca se completa. Yo trabajo ¿sabe? Y necesito desatender mis actividades para venir. Quisiera saber más o menos para cuándo podré tener una respuesta. Dígame por favor ¿15 días? ¿Un mes? ¿3 meses? Sólo dígamelo por favor para tenerlo en cuenta—.

Doña María de los Ángeles, mujer de avanzada edad y aire indolente, se dignó levantar la cara de entre los papeles que fingía (asumo que fingía porque muchas otras personas estaban en la fila compartiendo mi sensación de impotencia) revisar y me dijo:

—Usted puede venir cuando quiera… o no venir. Hacer lo que mejor le parezca, pero la cita no está y no sé cuándo estará—.

De nada valieron mis quejas. La mujer no volvió a levantar la vista ni a dirigirme la palabra.

Acostumbrada como estoy a levantar la voz y hacerme escuchar, a veces de maneras francamente histriónicas, pensé que a lo mejor era necesario tener un poco más de paciencia. ¿O es que acaso no es insensato… imbécil explotar a las primeras de cambio? ¿No es acaso más razonable esperar, tranquilizarse y simplemente actuar con ecuanimidad? La siguiente vez pedí a mi hijo que fuera a realizar el trámite por mí y él con gusto acudió. En lugar de la señora María de los Ángeles se hallaba otra mujer. Al parecer la titular se había enfermado (y seguramente fue muy bien atendida en el ISSSTE) dejando a una improvisada en su lugar. Dicha improvisada le dio a mi hijo la misma respuesta, pero además, se quedó con su comprobante. No acostumbrado a esas situaciones, mi hijo no le dio importancia a la cuestión… hasta que fue necesario volver, al cabo de 15 días más, para saber si ya estaba lista la dichosa cita. En esta ocasión, doña María de los Ángeles Gudiño Morales ya estaba de regreso y lo primero que solicitó fue el mentado comprobante. Cuando mi hijo le dijo que no lo tenía, respondió que necesitaba la clave porque ella no iba a revisar entre el montón de expedientes (como si no fuera su trabajo) hasta encontrar el de mi madre. Mi hijo se ofreció a ayudar, pero la respuesta fue la misma y entonces optó por acudir a la coordinación de la clínica con la esperanza de hallar apoyo y ahí, se encontró cara a cara con una realidad absurda, estúpida, pero desgraciadamente endémica, omnipresente en nuestra sociedad: El coordinador, con esa impotencia que sólo puede ser hija de la incompetencia, simplemente giraba y fingía interesarse en la lluvia de quejas que se volcaban sobre él. Escuchaba gritos, súplicas, razones elocuentes y se limitaba a afirmar que no estaba autorizado para tal y cual cosa.

—Yo tengo 3 años esperando mi cita a cirugía— le dijo una mujer resignada a mi hijo y, cuando él me lo contó, decidí que era un abismo demasiado profundo para fingir que nada pasa, para acostumbrarme a él, para ser una más entre tantas voces que simplemente se pierden en el vacío, en espera de una respuesta que, por simple ego imbécil, por ineptitud y estrechez mental disfrazada de autocomplacencia, no va a llegar jamás.
Por eso escribo esto como primer paso antes de tomar otras acciones. ¿Te ha pasado a ti? ¿Has preferido renunciar que reivindicar tu derecho? ¿Piensas que no hay nada que hacer? Te tengo en consecuencia, como suele decirse, “una buena y otra mala”:

La mala es que tú… Sí, tú, tú, tú, tú los has hecho posibles. Parásitos como esos sólo pueden proliferar frente a la pasividad.

La buena es que tú puedes terminar con ellos y lo único que hace falta es que nos pongamos de acuerdo. Vamos a hacer ruido, vamos a poner una queja al Dr. David Escobedo Herrera. (Él era director de la clínica en 2012), o quien se haya quedado en su lugar, con copia para la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Vamos a buscar espacios en radio, televisión u otros medios solidarios; vamos a organizar un plantón, vamos a generar otros escritos como este y vamos a desnudar la incompetencia. Que todos los vean en su ineptitud. Que sus hijos y nietos digan: A esa que están tachando de imbécil y de negligente ¿eres tú abuelita? Ese que no sabe, no quiere o no puede resolver sus responsabilidades ¿Eres tú, papá?
Quién puede imaginar, o peor aún, tolerar que le tarden una cita para cirugía tres años… ¡¡Tres putos años!! ¿No será acaso que algo muy, pero muy grave se entraña en el hecho de pensarlo como “normal”? ¿No será que hemos perdido algo de vital importancia para nuestra propia dignidad? Hagamos algo, porque esto, como tantas otras cosas que ocurren en el país, simplemente no puede ser normal: El imperio de los idiotas.

martes, 17 de marzo de 2015

HABLEMOS

Hace unos días, mi querida Alÿ Rom preguntaba si la crítica al poder sólo aspiraba a quedarse en el meme o en la broma incómoda. -¿Dónde están los pasos 2, 3, 4... para estructurar la disidencia, para ir más allá?- preguntó, con mucho sentido.
Algunos días después, Carmen Aristegui y su equipo fueron despedidos de MVS por hacer un incómodo, pero brillante trabajo de investigación periodística. Pareciera que uno de esos baluartes: ese paso 1 que daba lugar a los memes (que en realidad, considero, son el paso 2) se ha perdido (al menos de momento), pero no han desaparecido la corrupción, ni el despilfarro, ni el abuso, ni la violencia, ni tantos otros vicios en este país del "Príncipe Pobre" (como atinadamente refiere el video que comparto a continuación). ¿Qué hacer entonces?
El psicoanálisis sostiene que lo reprimido regresa en forma de síntoma y este país no puede más de tantos que tiene. Por ello, considero indispensable que hable el arte, que hable el chiste (tema significativo para Freud), que hable el sentido común, porque además, como dijera el Divo de Juárez: "Lo que se ve no se pregunta". Que hable el rumor, que hable ¿por qué no? Lo que queda de nuestro maltrecho periodismo que, sin embargo tiene aún muchos baluartes. Que hable la sociedad, la prole, la raza, el mexicano (y la mexicana): ese monstruo de mil bocas que no es un tercero anónimo, ni un estereotipo hecho a base de sombrero, gabán y apatía, pero sobre todo, que no nos es ajeno; que no es un "ellos", sino un "nosotros". Nosotras y nosotros somos pues, ese mexican@ tan defenestrado por nosotres mismes. Entonces, pues, seamos nosotres quienes hablemos.
Hablemos pues, sobre conflicto de interés, hablemos sobre Medina Mora, sobre Grupo Higa, sobre corrupción, sobre autoritarismo, sobre Gaviota y un mequetrefe copetón de una miseria ética e intelectual pasmosa; hablemos sobre un corruptísimo PRI que nunca debió volver al poder y de sus títeres que fingen oposición desde sus cómodas curules y prebendas. Hablemos sobre aquellos a quienes les dan oportunísimos infartos (atendidos, dicho sea de paso, en hospitales de lujo) en vísperas de la privatización del petróleo; hablemos sobre violencia, sobre desigualdad, sobre persecución de disidentes, sobre presos políticos, sobre despilfarro, sobre impunidad, sobre irresponsabilidad, sobre el remate infame del patrimonio nacional; hablemos sobre los 200 invitados a la visita oficial a Reino Unido, sobre un avión presidencial que es una bofetada en el rostro de México, hablemos, hablemos y volvamos a hablar sobre todos esos vicios y otros tantos, que han llevado a nuestro país a una situación de profundo desprestigio internacional y malestar interno.
Hablemos, hablemos, hablemos, pues, no sea que, si decidimos una vez más callar, como hemos hecho durante tantos años, si volvemos a lo que Lacan en su célebre "Seminario Sobre la Carta Robada" denominó "Política del avestruz-otro" (Politique de l'autruiche), en que:
“El primero es una mirada que no ve nada... El segundo, de una mirada que ve que la primera no ve nada y se engaña creyendo ver cubierto por ello lo que esconde... ( y ) El tercero, que de esas dos miradas ve que dejan lo que ha de esconderse a descubierto para quien quiera apoderarse de ello...” Este tercero que, habilitado por los otros dos, puede "desplumarle tranquilamente el trasero".
Si volvemos a ello, como decía, no sea que incluso las piedras mismas, hechas síntoma, empiecen a gritar lo que simplemente no puede más reprimirse.

Aquí la liga del prometido video de "El Príncipe Pobre"

https://www.youtube.com/watch?v=l5_yaSe8yeA