miércoles, 11 de marzo de 2020

BUENAS TARDES

Hace unas semanas me topé con un viejito que por lo general anda en los alrededores de mi oficina. Se ve muy pobre; tal vez sea un pepenador, porque siempre va jalando un carrito Aquella vez lo sorprendí mirándome y me dio ternura; le sonreí y le dije: Buenas tardes.



A partir de ese día, coincidimos diario; él me miraba, yo sonreía y lo saludaba del mismo modo. Un buen día, después de lo que ya era un ritual (luego de dos semanas más o menos) lo escuché silbarme de una manera francamente grosera; volteé a mirarlo con franca sorpresa y él me hizo una mueca con la boca, un chasquido con la lengua francamente soez.



¿Cómo describo lo que pasó por mi cabeza en los segundos siguientes? Una sorpresa pasmosa... asco..., vergüenza; enojo con él..., decepción y, por último, enojo conmigo misma por haber sentido ternurita ante un viejo cochino. Me di la vuelta muy enojada y no lo volví a mirar a la cara.



Él sigue pasando cerca de mi oficina y jalando su carrito destartalado. Yo paso de largo fingiendo no mirarlo, aunque de reojo noto que no me pierde de vista. Lo peor es que, grandota y guerrera como soy (¡¡Ericka, ¡¡cómo te vas a poner al tú por tú con un pinche viejito!!), prefiero rodear o cruzar del otro lado de la acera, antes que a su lado. Ahí donde todos lo ven, pequeño y encorvado, ha logrado ganarme con dolo, unos cuantos metros de valiosísimo espacio público.