jueves, 12 de julio de 2018

DENIS LACTRIZ


A la memoria de Dennisse Montiel Ximé.

Llevaba varios días diciéndome que se sentía muy mal del estómago. Casi no comía desde aquella vez que por necesidad y contra su costumbre comió carne. ¿Sabes? Ella era vegetariana; decía que desde el cáncer linfático que tuvo durante su adolescencia, prefería prescindir de la carne, sobre todo si era roja. A no ser por las hormonas que con puntualidad religiosa consumía cada mañana, su forma de vida era un tanto silvestre: vegetariana y afecta al ejercicio. ¡Cómo la recuerdo con ese leotardo negro desteñido por el tiempo, que utilizaba para sus ejercicios de teatro! Una figura esbelta, pero tonificada. Recuerdo su larga cabellera rojiza cubriéndole los hombros; recuerdo su habla culta, su sonrisa grata, amplia casi de oreja a oreja y su mirada luminiscente en tono miel. “Denis Lactriz”, como ella misma se decía y muy pronto todos la llamaban, tenía sin embargo cierto cariz de tristeza: “La soledad es un lugar tan vacío sin ti”, dice una vieja canción de Bunbury. Ella era un personaje hermoso y trágico, casi prófuga de la pluma de Víctor Hugo.

—Deberías ir al médico— le espeté un buen día. —Eso ya no es normal para una simple salmonelosis—. Ella no me respondió, pero supe que no iría; eso de tomar asiento en una sala de espera y aguardar con ansiedad a que una recepcionista desencantada de la vida y de sí misma, grite el nombre que aparece en tu carnet de citas: —¡¡Caaarlooooos… Carlos Montiel, consultorio cuaaatrooooo!!— y parezca disfrutar la turbación de una muchacha que, contra toda lógica y para sorpresa de todos, se llama Carlos; avanzar seguida por la mirada inquisitiva del resto de la sala hasta refugiarse en el interior de un consultorio donde sabe que también será juzgada; esta vez por el mismísimo médico: — Y dígame; ¿¡¡cuando fue la última vez que tuvo sexo anal!!?—.

Cuando Denis llegó por fin a un hospital era ya demasiado tarde. No un consultorio, sino una sala de urgencias. No por su propia voluntad, sino vomitando sangre. ¡Qué frágil! ¡Qué flaca! Asidua como ella era a la literatura clásica, no pude al verla sino pensar en el Licenciado Vidriera. Dicen que el médico la auscultó y de inmediato supo que era cáncer. Cuentan que la abrieron como parte del diagnóstico y volvieron a cerrar casi en el acto ¡¡Metástasis generalizada!! Se rumora que nunca conoció la gravedad de su caso hasta que solita se secó como una rosa arrancada al tajo.

De vez en cuando sigo soñando con un viejo escenario vacío: una enorme caja negra bañada en semi penumbra, excepto por una muy tenue, casi fantasmal luz de calle. Denis Lactriz ya no puede evitar la carne roja como negando un canibalismo cromático. No puede tampoco ejercitarse vestida con su viejo leotardo descolorido, ni sonríe desmintiendo en vano su profunda melancolía. Ya no teme que la llamen Carlos, ni consume su hormona matinal, pero sigue siendo silvestre. Me gusta pensar que surge de la tierra como un lirio… Mejor aún: como una rojiza amapola, enfundado su cuerpo en verde, meciendo su florida cabellera ante el dios viento de la noche.