lunes, 26 de mayo de 2014

SOBRE “LO NORMAL Y LO PATOLÓGICO”

"Papá dijo: este niño no es normal; será mejor llevarlo al hospital".

Leyendo Una teoría sexual de Sigmund Freud, encontré la siguiente nota: “En sentido psicoanalítico es también, por lo tanto, un problema necesitado de aclaración el interés sexual exclusivo del hombre por la mujer y no tan sólo algo natural, basado últimamente en la atracción química ”. Más adelante, Freud asegura que la elección de objeto sexual para cada individuo es, en efecto, una elección, lo cual lleva implícito, el que constituye un acto distinto a la mera programación fisiológica y que ocurre en un espacio temporal de la vida del sujeto, que según el propio Freud, corresponde con la pubertad y depende de varios factores que acepta, aun le resultan desconocidos, pero que sin duda tienen su origen en la interacción del individuo con su medio ambiente.

Nuestro genial maestro era un hombre convencido de la postura epistemológica que propone que en el acto de conocer, sujeto y objeto sostienen una relación dialéctica en la que quien conoce modifica al objeto que es conocido y a su vez es modificado por él, de tal suerte que uno y otro, irremediablemente, ya no son los mismos. En este contexto, resulta de particular interés la nota citada, pues la idea común es que son las relaciones erótico-afectivas no heterosexuales las que deben hallar una justificación, ya sea biológica o en el campo de las taxonomías psicoclínicas, para su propia existencia. Para Freud, también aplica a la heterosexualidad la clásica pregunta “¿El homosexual nace o se hace?” y con ello nos introduce de lleno, de acuerdo a su costumbre, en la reflexión crítica de ideas y situaciones tan ampliamente difundidas y aceptadas, que parecen resultar inamovibles.

En el mismo texto, Freud se refiere a la elección de objeto de tipo heterosexual como normal, mientras que se refiere a la homosexualidad en términos de inversión. Sin embargo, también argumenta que, pese a que la elección de objeto “invertida” se encuentra fuera de la norma, y es por tanto anormal, no necesariamente es patológica. Nos abstendremos de ofrecer más detalles sobre este texto freudiano, a fin de ceñirnos al objetivo central del presente trabajo, no obstante, aludirlo de la forma en que lo hemos hecho, representa una clara ilustración del tema que pretendemos desarrollar. Si lo normal requiere asimismo, argumentar su génesis y su desarrollo de la misma manera que lo anormal ¿entonces cuál es la diferencia sustancial entre ambos? Canguilhem sostiene en su obra Lo Normal y lo patológico, que el término “normal” corresponde con aquello que se encuentra dentro de una determinada norma, sea de manera consensual, o de acuerdo con una media estadística respecto a funciones fisiológicas, ideas o comportamientos. Así, por ejemplo, de acuerdo con la OMS, la esperanza de vida promedio en México, rondó en 2012, entre los 73 años para hombres y 79 para mujeres . Si pensamos en dos hipotéticos individuos varones, de los cuáles, el primero fallece a los 50 y el segundo a los 96, podemos corroborar que se cumple la norma estadística, pero al revisar cada caso por separado, nos daremos cuenta de que ambos sujetos se alejaron de manera contundente de ella. Bajo tales circunstancias, podríamos con Canguilhem reflexionar respecto a lo falaz y relativo que resulta el término de lo normal, producto de la media estadística para representar a la realidad. El Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) nos aporta otro dato interesante, pues asegura que en 1930 la esperanza de vida para los mexicanos era de 34 años . Tras considerar esto, podríamos afirmar que, aún cuando su muerte ocurriera a una edad prematura de acuerdo con la norma actual, nuestro hipotético personaje que falleció a los 50 años, constituye un gran progreso con relación a la década de los 30 del siglo pasado. Es claro que lo normal también está sujeto a época y latitud, pero además esto nos lleva a considerar que, morir a los 50 años es tan anormal en nuestra época, como lo era en 1930, sin embargo, aunque en 2014 podríamos pensar que la muerte a los 50 guarda estrecha relación con la patología, en 1934 podría considerarse de un modo totalmente opuesto. Un análisis de las condiciones de vida de un sujeto que logró vivir hasta los 50 años en la década de los 30, arrojaría interesantes datos respecto a las condiciones que le permitieron alcanzar un periodo de vida superior a lo esperado. Este sujeto, en su supuesta anormalidad, habría tenido la cualidad de generar una normatividad propia, es decir, una relación con el medio ambiente distinta y que representa un claro progreso adaptativo-evolutivo. Al tachar de supuesta la anormalidad de nuestro sujeto, hago eco de Canguilhem cuando asegura que lo que parece anormal desde una perspectiva, puede ser totalmente normal desde otra óptica y es que, muy probablemente las condiciones de vida, sean socioeconómicas, genéticas o alimenticias de nuestros personajes puedan explicar fehacientemente las razones que les llevaron a vivir hasta los 50 años, lo mismo para el caso de quien habría vivido en los años 30, que para quien habría sido nuestro contemporáneo. Esto nos permite a su vez inferir que cada uno de estos sujetos, habría sido capaz de generar una relación con el medio ambiente, a su modo, normal, que explica un anormal periodo de vida. Según Canguilhem, “el enfermo no es anormal por ausencia de norma, sino por incapacidad para ser normativo”. Con ello hace referencia a la capacidad de los seres vivos, pero específicamente de los seres humanos, para generar nuevas normatividades a través de innovadoras formas de interacción con el medio ambiente dentro de un contexto de salud, así como de la incapacidad respecto a esta misma innovación, condicionada por la enfermedad.

A estas alturas parece ya muy claro que, ni siquiera en el campo de lo fisiológico, normal y patológico son antónimos. Nada nos permite suponer, por tanto, que lo que desde una determinada óptica nos aparece como anormal, lo sea intrínsecamente. Por tanto la supuesta relación de correspondencia anormal-patológico, comienza sin remedio diluirse. Es más, si retomamos la consideración constructivista, ya antes enunciada de la relación dialéctica sujeto-objeto, tendríamos que pensar que la única forma de establecer una correspondencia salud-normalidad rigurosa, seria a través de sujetos dotados de una constitución genética idéntica, que fueran criados bajo condiciones idénticas de relación con idéntico medio ambiente, lo cual es por lo menos hasta el día de hoy, sólo posible en la ciencia ficción, como en el caso del Mundo Feliz de Huxley. Existe, desde las estructuras del poder en nuestras sociedades, una tendencia a imponer un criterio de normalidad, rígido y universal que se busca introyectar desde la célula básica de la sociedad, que es la familia, pero además, esta normalidad se ostenta como única garante de la salud. Vemos en consecuencia, intentos desde las iglesias y grupos conservadores, por presentar e imponer un solo modelo de familia, que es el heterosexual, unido en matrimonio y con hijos, donde además todos son cristianos, preferentemente católicos. En este modelo, los hijos tendrían que recibir cuidados y educación igualmente estandarizados, que les llevarían irremediablemente a replicar dicho modelo único de familia sucesivamente hasta la perpetuidad. Desde luego, esta visión implica el hecho de que, aquello que sale de la norma, lo anormal, sea considerado patológico, delincuencial, digno de segregación, confinamiento en la cárcel o el manicomio y susceptible de una supuesta readaptación que no es sino lo que los psicólogos sociales llaman conformidad. Sin embargo, es la propia realidad, la inercia de una sociedad compleja por antonomasia, la encargada de problematizar en torno al modelo normalizado de familia. Según el propio INEGI, durante el segundo trimestre de 2012, 7 de cada 10 jefas de familia eran solteras, viudas, divorciadas o separadas, mientras que el 94% de los jefes, eran casados o unidos . Aunque este simple dato da para muchas reflexiones, nos centraríamos en el elevado número de familias monoparentales, es decir, que de esa supuesta pareja idealizada que funda una familia, sólo uno de los integrantes, en su mayoría mujeres, se hace cargo de ella. ¿Cómo puede entonces esperarse una tal estandarización del criterio de normalidad para toda una sociedad, si las condiciones de vida son tan heterogéneamente distintas de las que serían indispensables?

Canguilhem señala que los individuos somos capaces, ante un estado patológico, entendido como la discontinuidad en el equilibrio primario, de convertir a la anormalidad en una nueva norma, de constituir una nueva normalidad que no restaura el equilibrio primario, sino que genera otro distinto y es precisamente en este principio, en el que parece encontrarse el meollo del éxito adaptativo desde la óptica evolucionista.

En una entrevista con Eduard Punset, la Dra Louann Brizendine señala que incluso las redes neuronales son susceptibles de modificación y adaptación en función de las eventualidades provistas por el medio ambiente, de forma que, por ejemplo, cuando una persona pierde alguna extremidad, las neuronas involucradas directamente con ésta, son reasignadas hacia nuevas funciones . Es claro que quien ha perdido una extremidad se encuentra fuera de la norma estadística con relación a los demás seres humanos y en el imaginario común, su pérdida constituye un evento patológico. No obstante, esto sólo lo será para el individuo en la medida en que no logre hallar una nueva funcionalidad. Canguilhem señala la imposibilidad de restaurar el equilibrio primario; el equilibrio subsecuente tendrá que ser otro y por tanto, la relación dialéctica entre sujeto anormal y medio ambiente tendrá que ser a su vez, distinta. La afirmación de Brizendine, tiene una importancia capital para el tema que nos ocupa, puesto que pone sobre relieve la posibilidad de modificar lo inmodificable: si las eventualidades del medio ambiente pueden condicionar, no sólo la conducta y la vida psíquica de las personas, sino incluso, su estructura neuronal, entonces lo único que puede afirmarse sobre lo que es normal en los seres humanos, es su capacidad de adaptarse a la anormalidad y construir nuevas normalidades. ¿Qué sería entonces lo patológico, si no la molicie, la rigidez, la incapacidad de ofrecer respuestas distintas ante contextos cambiantes?

Canguilhem retoma a Goldstein quien considera un hecho biológico fundamental el que “la vida no conoce de reversibilidad. Pero si bien no admite restablecimientos, la vida admite en cambio reparaciones que son verdaderamente innovaciones fisiológicas. La mayor o menor reducción de esas posibilidades de innovación mide la gravedad de la enfermedad. En cuanto a la salud, en sentido absoluto, ésta sólo es la indeterminación inicial de la capacidad para instituir nuevas formas biológicas”. Esta idea me remite, desde luego a la consideración psicoanalítica de la neurosis, la psicosis y la perversión, como epistemologías, formas de interacción dialéctica entre el sujeto y el medio ambiente, más que como categorías patológicas y más aun, a la cura que en psicoanálisis consiste, más que en “combatir el mal”, en posibilitar para cada individuo la construcción de una nueva normalidad, una interacción con el medio que resulte más funcional, comprendiendo que una disfunción externa, provoca una anormalidad personal, que no constituye sino un intento de resignificación, de re-signación, entendida ésta como un proceso dinámico y no estático, capaz de superar discontinuidades que son vividas como auténticas fracturas, que de otro modo resultarían insalvables.

Quisiera cerrar el presente ensayo con dos citas más de Lo Normal y lo Patológico, que, desde mi punto de vista, constituyen consideraciones ineludibles para todo profesional de la salud mental: “Aquello que es normal –por ser normativo en condiciones dadas– puede convertirse en patológico en otra situación, si se mantiene idéntico a sí mismo”. Por tanto, “No tenemos derecho a modificar estas constantes : con ello, sólo conseguiríamos crear un nuevo desorden”.

Pudiera parecer estúpida o enferma, bajo un contexto determinado, la actitud de un hombre sentado frente a un trozo de madera y golpeando con los dedos pequeños fragmentos de marfil, pero sin ella y en el contexto idóneo, con toda certeza, el mundo jamás hubiera conocido a Mozart.

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